Autor: Aldair Marín, líder de evaluación e incidencia en Fundación Merced Querétaro, A.C.
Desde Baja California hasta Quintana Roo, México es un país con una superficie total de 1,964,375 km², dividido en 32 entidades y 2,446 municipios. Esta diversidad geográfica, que va desde bosques templados hasta selvas húmedas, se refleja también en las costumbres, culturas, y formas de organización de su población. Esta riqueza plantea un desafío fascinante: ¿Cómo podemos entender los distintos contextos que existen en nuestro país? Y, aún más importante, ¿cómo podemos fomentar la participación ciudadana a través de la promoción y defensa del espacio cívico?
Antes de adentrarnos en estas preguntas, es fundamental descifrar qué entendemos por espacio cívico y por qué es crucial para la participación ciudadana. Según lo establecido por organizaciones como CIVICUS y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el espacio cívico es un ecosistema que permite a la sociedad civil participar en la vida pública y en asuntos políticos, económicos, sociales, entre otros. Este espacio se fundamenta en tres libertades esenciales: La libertad de asociación, reunión y expresión.
Para ilustrar este concepto de manera sencilla, imaginemos que la participación ciudadana es como una flor. Para que esta flor crezca y perdure, necesita sol, tierra, agua y abono. Estos elementos son análogos a los derechos y libertades que conforman el espacio cívico. Sin la luz del sol (libertad de expresión), el agua (libertad de reunión), o la tierra fértil (libertad de asociación), la flor —al igual que la participación ciudadana— no podría florecer plenamente.
La libertad de reunirse, tanto física como virtualmente, fomenta la interacción entre personas para el intercambio de ideas y la movilización con el objetivo de evidenciar problemas públicos, posibilitando de esta manera su posicionamiento en la agenda gubernamental. Por otro lado, la libertad de expresarse permite a la sociedad ejercer su derecho para alzar la voz ante las diferentes problemáticas sociales que les afecten. Finalmente, la libertad de asociación permite a las personas conformar organizaciones, redes y colectivos que trabajen de manera continua defendiendo sus causas sociales.
Es crucial comprender que estos derechos no se ejercen de manera aislada, sino que están interconectados y se refuerzan mutuamente. Un ejemplo emblemático es el movimiento del #8M en la Ciudad de México, donde miles de mujeres ejercen su derecho de reunión al marchar juntas, y su derecho de expresión al levantar sus voces y portar carteles con mensajes que exigen justicia y equidad.
Este ejemplo pertenece a una realidad específica que corresponde a la Ciudad de México, sin embargo, ¿es posible ejercer estos derechos en todos los territorios del país? Al igual que México es diverso en lenguas, ecosistemas, tradiciones y formas de gobierno, también lo es en las experiencias, retos y necesidades relacionadas con la participación ciudadana y la vivencia del espacio cívico.
Es por esto que, desde Causas Ciudadanas, un colectivo de organizaciones de la sociedad civil integrado por 23 instituciones de diferentes estados del país, hemos impulsado el proyecto «Tejiendo Resiliencia». Nuestro objetivo es descentralizar la conversación sobre el espacio cívico y entender cómo se vive en distintos territorios de México.
Este proyecto nació al reconocer la necesidad de abrir diálogos que reflejen la diversidad de contextos en nuestro país. Primero, buscamos generar una conversación sobre lo que es el espacio cívico y por qué es importante. Luego, analizamos cómo se han vivido estas tres libertades en cada contexto específico. Finalmente, queremos proyectar un espacio donde todas y todos puedan ejercer sus libertades de manera segura y propicia, desarrollando estrategias que tracen el camino hacia este espacio cívico ideal.
Durante el primer encuentro en Mérida, con integrantes de la sociedad civil organizada de Quintana Roo, Yucatán, Campeche y Chiapas, se desarrolló una conversación profunda y reveladora. Identificamos que el término “espacio cívico” no siempre representaba a las personas participantes, ya que cada territorio tiene sus propias prioridades y retos relacionados a la participación ciudadana. Esta experiencia fue sumamente enriquecedora, pues nos permitió ver cómo los contextos pueden variar no solo de un estado a otro, sino incluso dentro de los mismos municipios de un mismo estado.
Esto nos lleva a reconocer que, en un país tan vasto como México, la resiliencia se teje desde la base: Escuchando, entendiendo y participando en la vida pública de nuestras comunidades. Es momento de que todos y todas nos preguntemos: ¿Cómo estamos viviendo el espacio cívico y qué estamos haciendo para fortalecerlo? La resiliencia de nuestra sociedad depende de nuestra capacidad para unirnos, expresarnos y asociarnos en la defensa de nuestros derechos. Es nuestra oportunidad de tejer esta resiliencia, asegurándonos de que el espacio cívico en México no solo exista, sino que florezca en favor de la diversidad de expresiones organizativas, culturales y geográficas.