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Donar es transformar: La cultura de la filantropía individual

Por Jenny Zehner (Coordinadora de Filantropía en Alternativas)

Fotografía: iStock

En medio de este frío de invierno lo que florece es la generosidad y la solidaridad. De acuerdo con  el estudio Generosidad en México III las personas mexicanas se caracterizan por su solidaridad, aproximadamente el 74% de la población de 15 años o más realizó al menos una acción voluntaria en el año 2021. Además, contribuyeron con donaciones de recursos en especie, tales como ropa, medicamentos o alimentos.

Un ejemplo palpable de la solidaridad en México se manifestó en el reciente desastre natural ocasionado por el Huracán Otis en Acapulco, Guerrero. Miles de toneladas de víveres fueron recolectadas en centros de acopio en todo el país, mientras personas y redes se movilizaron voluntariamente en el estado, ofreciendo su tiempo para contribuir en tareas de limpieza y reconstrucción.

Si bien estos actos de apoyo son valiosos, se puede notar que la generosidad en México tiende a ser de carácter más asistencial y temporal. De hecho, en el mismo estudio mencionado se destaca que menos del 1% de los donativos económicos se destinan a organizaciones de la sociedad civil (OSC), ya que la mayoría se otorgan directamente a personas o en forma de diezmos. Surge entonces la pregunta: ¿Por qué la gente muestra reticencia a donar a organizaciones que podrían generar un cambio más duradero a lo largo del tiempo?

Según el 2020 Global Trends in Giving Report alrededor del 11% de las personas que actualmente no realizan donaciones económicas a organizaciones de la sociedad civil señalan dos razones principales: 1) la falta de confianza en cómo las organizaciones utilizan su dinero, y 2) la percepción de que no generan un impacto positivo significativo. Esto refleja una desconfianza hacia el trabajo de la sociedad civil organizada y sus contribuciones, un discurso que también ha sido promovido en el país por algunos actores gubernamentales. Recientemente, las organizaciones han sido difamadas como intermediarias innecesarias o incluso como agentes del neoliberalismo.

Desafortunadamente, estos cuestionamientos y narrativas descalificativas han trascendido de la retórica a acciones concretas que limitan el acceso a financiamiento para las OSC. Un ejemplo evidente fue la reforma al artículo 151 de la Ley de Impuesto sobre la Renta (LISR), que redujo el porcentaje que una persona física podía deducir. 

Hasta diciembre de 2021 una persona física podía deducir hasta el 32% de su salario (15% en gastos médicos, funerarios, y escolares, entre otros, 10% en aportaciones complementarias para su retiro y 7% para donativos a organizaciones de la sociedad civil). Sin embargo, a partir de 2022, una persona solo puede deducir el 15% en total, sin ninguna bolsa específica asignada para donaciones a organizaciones de la sociedad civil.

Aunque muchas personas donan motivadas por la importancia de la causa, esta reforma ha generado un desincentivo para las donaciones a las organizaciones de la sociedad civil, que de por sí ya son escasas. Es posible que se opte por donar menos o incluso dejar de hacerlo debido a la priorización de la deducción de otros gastos familiares. 

Cada vez más las organizaciones de la sociedad civil enfrentan una disminución en las fuentes de ingresos disponibles, ya sea debido a recortes y restricciones fiscales como la desaparición de apoyos públicos a estas agrupaciones o por la retirada de donantes del país. Aunque los donativos en especie son siempre bienvenidos, las OSC también requieren fondos monetarios para garantizar salarios dignos para su personal -que, de hecho, emplean a más de 700 mil personas-, llevar a cabo proyectos en comunidades y cubrir otros gastos operativos. 

Por lo tanto, fomentar una cultura de filantropía individual se vuelve crucial para la sostenibilidad de las organizaciones, quienes colaboran en ellas y las causas que respaldan. Más allá del monto donado, la filantropía individual también se convierte en un ejercicio de una democracia sana. Las personas pueden contribuir a organizaciones que buscan cambios estructurales y trabajan para mejorar las políticas públicas en favor de los derechos humanos.En esencia, donar a una organización de la sociedad civil no solo debe considerarse un acto de asistencialismo, sino también como una forma de participación cívica para impulsar los cambios que deseamos ver en nuestro país.


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